En plena tarde dorada
navegamos lentamente;
pues unos brazos inhábiles,
manejan nuestros remos,
y unas manitas pugnan en vano
por guiar los vagabuendeos.
¡ Ah, crueles Tres! Pedir,
en esas horas de sueño,
un cuento a un aliento demasiado débil
para agitar la más leve pluma.
Pero ¿ qué puede una pobre voz
contra tres lenguas juntas?
Prima, imperiosa, lanza
su edicto: " A empezar";
en tono más dulce, Secunda, espera
que " contenga tonterías",
mientras Tertia interrumpe
sólo una vez por minuto.
Luego, llegado el silencio,
siguen imaginariamente
a la niña soñada por un país
de nuevas, delirantes maravillas
donde ella charla con aves i bestias...
y medio se creen que es realidad.
Y cada vez que se secaban
las fuentes de la fantasía,
y la voz cansada quería débilmente
diferir el relato:
"El resto para la próxima vez". "¡Ya es
la próxima vez!",
exclamaban las voces felices.
Así surgió el País de las Maravillas,
así, uno a uno,
se fueron forjando sus hechos extraños;
y ahora el cuento se acabó.
Y, alegres tripulantes, ponemos rumbo a casa
bajo el sol de la tarde.
¡Alicia! Toma este cuento pueril,
y con mano bondadosa,
ponlo donde los sueños de la
niñez se trazan
con la cinta mística de la memoria
como marchita corona de peregrino, de flores
cortadas en un lejano país.
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